viernes, 8 de noviembre de 2013

Hablamos de involución política

Cuando hablamos de involución nos referimos como un término opuesto a la revolución y a la propia evolución natural. Esto resulta obvio cuando lo comparamos con un proyecto en el que el camino a recorrer es siempre hacia adelante. De forma natural y normal, los humanos tratamos de evolucionar en nuestros propios procesos personales. Desde el momento de la concepción, el ser humano evoluciona en su proceso natural de crecimiento y maduración. Evoluciona en su conocimiento mediante el aprendizaje y el estudio. Evoluciona en sus relaciones personales y sociales. Evoluciona en relaciones sentimentales, en sus relaciones laborales. El ser humano tiende, por naturaleza, a ir evolucionando acorde con los tiempos que le tocan vivir. Por ley natural, llega un momento en el que el ser humano comienza una involución progresiva motivado por la edad y/o diferentes factores que llevan a un conjunto de modificaciones regresivas que le impone su organismo.

Por otro lado, vemos cómo la sociedad evoluciona, por ejemplo, en materia de bienestar, en materia tecnológica y en el modo de afrontar las relaciones entre pueblos. Pero, ¿qué está pasando con la clase política y sus relaciones con los ciudadanos? Podríamos señalar multitud de situaciones en las que nuestros políticos desarrollan una involución que, de por si, sería anti natura contando con los medios y avance que la sociedad, a la par, va efectuando.

Aristóteles, en la ética de Nicómaco, afirma que el fin de la ciudad es el ciudadano. Que los legisladores buenos hacen buenos a sus ciudadanos y que en esto se debe distinguir al buen legislador del que no lo es: "El verdadero político se esfuerza en ocuparse, sobre todo, de la virtud, pues quiere hacer a sus ciudadanos buenos y sumisos a las leyes". Aristóteles afirma que "el gobernante virtuoso, para poder guiar a la ciudad hacia los fines propuestos, debe rechazar las pasiones y elegir el mejor de todos los bienes posibles..."

Tomando como referencia a Aristóteles, podemos apreciar una clara involución, en muchos casos, en la relación de nuestros gobernantes con los ciudadanos. Aristóteles habla de ciudad en un término amplio que yo quiero centrar en un ayuntamiento como institución, teóricamente, más cercana a los ciudadanos. Él nos habla de la importancia siempre del ciudadano como eje nuclear en la labor pública. Importancia que, con el paso de los años, se ha ido perdiendo en beneficio de esas pasiones que antiguamente había que rechazar por el bien común.

Como siempre, estamos "condenados" a evolucionar. Pero esta evolución debe ser no sólo en la vida personal de cada uno sino también en las relaciones, actitudes y desvelos de los que, en teoría, deben trabajar por cada uno de nosotros.

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